Este es un pequeño cuento que escribi hace años, una pequeña historia de amor y dolor.
Camino al altar.
Ella se ve tan hermosa, casi se desliza por el pasillo hacia el altar, la larga cola del vestido parece flotar etérea enmarcándola en inmaculado blanco, el velo difuminando misteriosamente el azabache de su cabello, ocultando esos ojos oscuros y esa mirada tierna. Él está henchido de orgullo y con razón, todas las miradas en la iglesia la siguen extasiadas.
Casi esta seguro que detrás de la tela su rostro le dedica una sonrisa.
¿Cuantas veces habían planeado esta escena? Ella la había imaginado desde su más tierna infancia y ahora su sueño se hacia realidad. Y él al fin estaba ahí también.
¿Cuantos problemas intentando ser superados? ¿Cuantos negándose a su amor?
La había conocido en el mas inusual de los lugares, hacia ya diez años, cuan rápido pasa el tiempo, el había llegado al encuentro pastoral con esa sonrisa suya de desprecio hacia lo religioso, a lo místico, a lo intangible, solo el inconmensurable poder de convencimiento de su mejor amiga podía haberle llevado a ser parte de algo tan ajeno a si mismo. Allí había estado ella, parte de otro mundo, de una realidad contradictoria a la suya de hermosos barrios, prestigiosos colegios y apellidos rimbombantes. Ella era otro cuento, un ángel de calles de tierra y escuelas con números, una belleza tierna y pura, con sonrisa luminosa y remiendos hábilmente escondidos en la blusa aun con esencia a hermana mayor.
Había tenido competencia, eso era esperable, más de alguno de sus amigos había tratado de impresionarla con onerosas invitaciones y más de alguno de los amigos de ella había intentado de reafirmar su derecho proletario ante los niñitos bien.
Pero el había sido mas hábil y pocos días después, a la luz de los semáforos y al son de distantes fiestas, se había sorprendido a si mismo derritiéndose frente a un beso de ella, un beso real, un beso puro.
Pronto aprendió a adorarla y ella a él, y frente al desprecio de algunos él le entregó su corazón y ella el suyo, sin condiciones, sin preguntas.
Ella camina lentamente hacia el altar, el albo vestido entallado en la diminuta cintura resalta su cuerpo menudo y perfecto. Perfecto, tal como esa espalda desnuda parcamente iluminada por la escasa luz de tardes de amor y ternura, recuerdo precioso de tiempos felices. Tiempos de felicidad absoluta, aun frente a los seños fruncidos de madres protectoras y padres ambiciosos.
Dios, como la amaba, como la ama, la risa cristalina, la voz dulce, ese gesto de arrugar levemente la diminuta nariz que hacia que él la abrazara con mas fuerza sin querer dejarla ir nunca.
Cuántas historias todos estos años, cuántas aventuras con ese gesto grabado a fuego en su mente, cuántas risas, cuántos llantos.
Más de alguna vez se tomaron de las manos frente a la incertidumbre de la paternidad no esperaba, más de alguna vez tomaron el teléfono para hacer la cita y firmar el documento que cambiaria sus vidas.
El documento que se firmará hoy.
Ella sube los escalones del altar lentamente y él deja de respirar un momento ante tan hermosa visión, con un guiño ella saluda a su llorosa madre, la señora siempre se opuso, por razones opuestas a las de la suya claro, la madre de ella temía que la relación le rompiera el corazón a su niña, la de él que acabara con la carrera de su hijo.
Pero eso nunca importó, ella era una cenicienta, una princesa encerrada en una torre obrera atesorando un corazón de oro y la gracia y encanto de una reina.
El colegio había acabado hacia muchos años y sus vidas hicieron la jornada hacia la adultez, él había entrado a la elite estudiantil que supuestamente debía corresponderle y ella encaraba el mundo laboral con valentía y esperanza. Más de alguien murmuraba frente a la combinación inusual de libros de anatomía de él y la agenda de citas del jefe de ella, más de alguien bromeo frente a los encuentros fugaces después de la oficina o antes de entrar a turno de cirugía.
Pero el horario de 8 a 6 y los deberes académicos comenzaron a cobrar su cuota, sus mundos se distanciaban y el abismo se hacia cada vez más insoportable, el domingo se transformó en el único refugio y pronto hasta este se deshizo en ruinas. El dolor y la melancolía roían sus sonrisas y las presiones se hacían sentir con mayor fuerza que nunca.
Demasiado joven, demasiado miedo, demasiado amor. La mente nublada por la responsabilidad y la desesperación del tiempo lentificado que parecía separarlos cada vez más. Ante la encrucijada, el niño que él era aun se derrumbó y la niña que ella era aun no fue suficientemente fuerte para detener la caída.
El sueño se rompió, erróneamente en su mente torturada el trató de hacer lo que creía correcto y amándola hasta el dolor, la dejo ir. Y ella no fue capaz de impedírselo.
Nunca entendió el porqué, aunque el aún esta ahí, aunque aún lo ama.
Nunca le perdono.
Ella se yergue magnifica, como musa griega en medio del altar, radiante y hermosa.
Él está seguro que detrás del velo le dedicaría una sonrisa...
Si supiera que esta aquí.
Se apoya en una columna, oculto por la semipenumbra del fondo de la catedral, y con un nudo en la garganta le escucha claramente el dar el sí...
A otro hombre.
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