El beso.
Siempre recordaría la primera vez que la vio, no una mas, no un encuentro sin razón, mas bien el destino presentándose sin mascaras delante de él. Ella era bonita, ella era dulce, pero no la primera que conocía... o tenia, ni la más, solo era ella, y desde ese momento nada más importó.
La lógica había sido su credo, la indiferencia profunda y la falsa sensibilidad a flor de piel sus armas, un jugador experimentado y hábil, uno que siempre calculaba cada frase, cada gesto antes de su movida.
Jugadas maestras algunas, chapuceras otras, pero normalmente exitosas, su cama había cobijado el calor de muchos cuerpos, una lista de la que alguna vez estuviera orgulloso.
Hasta ella.
La magia no figuraba en su vocabulario más que como parte de alguna frase cliché, una de tantas, prolijamente ocupadas en conquistas vanas, cuidadosamente pulidas para magnificar su efecto, su poder.
Hasta ella.
Con ella todo había cambiado, esa pasión fría, hedonista y competitiva había desaparecido frente al solo hecho de estar a su lado, de hundirse en sus ojos, de recorrer su rostro. Sus manos alguna vez tomaron las suyas, el aroma de su cabello alguna vez acaricio sus sentidos y en medio de algún abrazo, sus lágrimas se depositaron en sus hombros.
Juntos se compartieron los rincones más profundos de sus corazones, o al menos eso quiso pensar él y se rindió a la imposible y dulce creencia de las almas gemelas.
Alguna vez sus tímidas palabras de amor entibiaron su corazón y él aprendió a ver el mundo de otra forma, más misterioso, más impredecible.
Más mágico.
Cuantas veces busco sus labios y cuantas veces estos escaparon, las dudas llenaban esa hermosa cabeza suya de largos cabellos negros, mientras él desfallecía de amor, el fantasma de la virtud exagerada acechando, aunque sin controlar sus palabras, postergando el nimio acto.
Nunca la besó. En todo ese tiempo, con cuanto destino, con cuanto amor en juego, nunca le pareció tan necesario. Ya habría toda una vida para ello.
Pero nunca la hubo.
El miedo era demasiado fuerte en ella, la pasión se borró de sus ojos bajo la fuerza de su voluntad que la convencía de no amarlo, de nunca llegar a llorar por él.
Con el destino en su contra ella se alejó, venciendo a la magia ella dio la vuelta y se refugió lejos de la exquisita vulnerabilidad del amor, lejos de sus dudas. O al menos se convenció que seria así.
Él se derrumbó, había perdido en el juego que creía dominar, y casi bordeando en la locura, rió y lloró amargamente, había encontrado su corazón y ahora lo veía en pedazos.
Había pasado un tiempo, no demasiado, si hubiera seguido siendo el mismo de antes de ella quizás habría disfrutado con como se dieron las cosas, ella nunca había sido muy popular, “demasiado rara” decían algunos, “loca” tachaban otros, ahora el trato era peor y no pocos arrugaron el seño al verla llegar esa noche.
Él entre ellos, no podía disfrutar que se burlaran de ella y sabia que lo harían, sin él a su lado se sentían con tal derecho, mas de alguno por lealtad hacia el incluso lo consideraría un deber, especialmente esa noche.
Iba a ser una de tantas, licor, conversación, alguien saldría con algún juego nuevo, morboso de ser posible y así reirían e insinuarían, hasta que los más resistentes se negaran, de buena o mala gana, a seguir alcoholizándose.
Él trató de disfrutar la velada aun cuando veía como la obligaban a bailar a pesar de sus suplicas.
Ella trataba de esconder los celos cuando alguna se le acercaba aunque solo fuera por su consejo.
La noche traería sorpresas, entre brindis, prestamente se confeccionaron pequeños trozos de papel con sendos nombres garabateados, dos de ellos especialmente doblados y fáciles de reconocer. Con ellos y el estrecho armario al final de la habitación, la elaborada broma de las amigas de ella estaba preparada.
Él trató de negarse, ella solo se levantó en silencio y con desgano abrió la delgada puerta. No faltaron quienes lo echaron adentro.
Algunos rieron imaginando la incomoda escena dentro del armario, uno tomó el tiempo y otro comenzó con las apuestas.
Volver a sentir ese aroma de nuevo, su respiración tan cerca. Más que eso, solo su presencia bastaba.
El se mantuvo inmóvil tratando de mantener la mayor distancia posible, algo inútil en la estrechez del recinto
Ella había jugado con él por semanas, conciente o inconscientemente, el daño había sido igual y eso era lo que él mas lamentaba, nunca podría perdonarla, aun cuando la amaba y lo seguiría haciendo, lo que alguna vez le ofreció, ella lo había matado y ya no le quedaba nada que entregarle aunque quisiera.
Tropezando con un viejo zapato ella llegó a sus brazos y se permitió mirarle con la ternura con que alguna vez lo había hecho.
Él por un momento creyó poder perdonarla, por solo un momento.
No tenía nada que perder pensaba ella, solo seria un beso, nada que temer, solo un gesto, el no lo malinterpretaría, el no pediría mas, ella no se lo permitiría.
Él sintió sus manos rodeándolo y vio su cabello tapar la tenue luz filtrándose por los bordes de la puerta.
Sentir esos labios tanto tiempo anhelados, su piel suave, esas largas pestañas rozando su cara.
La besó con pasión, con amor contenido, con ternura absoluta.
Y ella le respondió igual.
Era como si un rayo recorriera sus cuerpos, sus delicadas manos se hundieron en su espalda mientras sus cuerpos se juntaban hasta fundirse en uno.
Ella comprendió, ella sintió, sus defensas cayeron frente a la certeza absoluta del amor, un calor largamente escondido, insistentemente negado aun frente a tantos signos. Sus labios bajaron por su cuello hasta descansar en su pecho mientras él acariciaba su cabello como tantas otras veces.
Ella le abrazó con fuerza, extasiada con el sonido de sus corazones latiendo acelerados y por primera vez no tuvo dudas.
Él la separó lentamente tratando de distinguir el contorno de su cara entre las sombras y ella pudo distinguir una sonrisa, una sonrisa de amor.
La pierna giro con un solo rápido movimiento y el pie con todo el peso de su cuerpo golpeó la oscuridad.
La puerta gimió herida de muerte en sus goznes y finalmente cayó ante la mirada atónita del grupo, las risas se acabaron y algún vaso se estrelló contra el piso derramando su etílico contenido en la mullida alfombra entre los nombres garabateados en papel.
Ella se llevó una mano a los ojos tratando de alejar la claridad sorpresiva y con la otra busco las suyas.
Ya no estaban.
Él salió lentamente pasando delante de los presentes sin dignarles ni una sola mirada y con la chaqueta bajo el brazo y la camisa marcada de carmín, encendió un cigarrillo, el primero en meses, mirando de reojo a la dueña de casa dijo.
- Te debo una puerta -.
Afuera las nubes se arremolinaban amenazadoras bajo la guía de la brisa helada de la noche, con el cuello de la chaqueta rozando sus orejas y las manos temblando en los bolsillos, el dejo rodar una última lágrima por sus mejillas y comenzó a caminar.
Adentro, aun entre la semipenumbra del armario ella lloró por primera vez en mucho tiempo, con su sabor aun en los labios.
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